Decimotercera Duquesa de Alba
María del Pilar Teresa Cayetana de Silva y Álvarez de Toledo, 13° duquesa de Alba (Madrid, 1762 - 1802), noble española. Nieta del duodécimo duque de Alba, Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, heredó la titularidad del Ducado de Alba en 1776, fecha de la muerte de su abuelo, y fue una de las mujeres más ricas de su tiempo y una de las aristócratas con más títulos del mundo. Su vida, envelta en leyendas, que siguen siendo motivo de discusión, escandalizó a la aristocracia de la época y fue fuente de inspiración para artistas; de hecho, la decimotercra duquesa de Alba es particularmente recordada por las tempestuosas relaciones que mantuvo con el pintor Francisco de Goya, que la retrató en varias ocasiones
Nacida en Madrid el 10 de junio de 1762, era hija de Francisco de Paula de Silva y Álvarez de Toledo, decimotercer duque de Huéscar y de María del Pilar Ana de Silva y Sarmiento de Sotomayor, descendiente del conde de Salvatierra y octava marquesa de Santa Cruz. Cayetena pasó los primeros años de su vida en el viejo palacio de la Casa de Alba, en Madrid.
Se cuenta sobre su infancia que la joven tenía por costumbre escaparse del palacio familiar para recorrer las calles de Madrid, bien en compañía de su aya María Troyre, bien en solitario. Esta costumbre causó grandes disgustos a sus familiares (por esa época Cayetana tenía menos de doce años); algunos investigadores han apuntado la posibilidad de que detrás del traslado de la familia al palacio de Buenavista, en aquel tiempo a las afueras de Madrid, se encontrase el deseo de sus padres de evitar esas fugas.
En 1770 falleció su padre, por lo que Cayetana se convirtió en la única heredera de su anciano abuelo Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, duodécimo duque de Alba. En 1775, Fernando de Silva concertó el matrimonio de María del Pilar Teresa Cayetana con José María Álvarez de Toledo y Gonzaga y Pérez de Guzmán, 16° duque de Medina Sidonia y primo de Cayetana. Algunos estudios mantienen que esta elección respondió al de Alba. Aunque el matrimonio se celebró, no pudo consumarse hasta un tiempo después, ya que Cayetana, con doce años de edad, no había tenido aun su primera menstrución.
Cayetana no era feliz junto a su esposo y volvió a sus tradicionales escapadas por las calles de Madrid; según se cuenta se disfrazaba de maja y tomaba parte en las fiestas populares. Por esas fechas, la joven esposa comenzó a organizar una serie de grandes festejos en su palacio a los que invitaba al pueblo llano, lo que causó un gran escándalo entre la aristocracia española, poco inclinada a mezclarse con el pueblo.
Tras la muerte de su abuelo en 1776, Cayetana se convirtió, a sus quince años, en la decimotercera duquesa de Alba; era la segunda mujer que heredaba el Ducado por derecho propio. Cayetana heredó, además de su abuelo más de veinte títulos y cinco grandezas de España, con el correspondiente patrimonio, que incluían, a los que añadió los inmensos estados de la Casa de Oropesa, heredera de su abuela paterna. Pronto se convirtió en uno de los personajes más importantes e influyentes de la Corte.
Entretanto, su madre se había vuelto a casar con el conde italiano Joaquín Pignatelli, que tenía hijos de un matrimonio anterior. Uno de ellos, Juan Pignatelli, se convirtió en el gran amor de la joven Duquesa de Alba. Con su relación con Juan Pignatelli (que supuso otro escándalo para la aristocracia española), la duquesa de Alba se ganó la enemistad de la entonces princesa de Asturias, María Luisa de Parma, que también pretendía los favores de Pignatelli. Desde ese momento, la rivalidad entre ambas damas se convirtió en una constante de sus vidas, destinada a perdurar, incluso después de perder el interés por Pignatelli.
De esta manera, Cayetana conspiró contra Manuel Godoy, cuando éste se convirtió en el supuesto nuevo amante de María Luisa de Parma, ya por entonces reina consorte, tras la coronación en 1788 de su marido, Carlos IV de España. Tras la animadversión personal entre la sobernana y la duquesa de Alba se encierra la verdad histórica del reentimiento de la alta nobleza frente al favoritismo del que era objeto Godoy, a quien la nobleza consideraba un advenedizo que debía su posición a la debilidad del monarca, Carlos IV, y a los favores de la reina. Teresa Cayetana mantuvo también una profunda enemistad con la duquesa de Osura, en ese caso más por celos que por razones políticas.
Una conocida anécdota ilustra la profunda animadversión entre María Luisa de Parma y la duquesa de Alba. En cierta ocasión, la princesa María Luisa regaló una fabulosa cajita de oro y diamentes a Juan Pignatelli, quien, a su vez, la regaló a la duquesa de Alba. La duquesa le compensó con el regalo de una valiosa sortija que Pignatelli regaló también a la princesa María Luisa, consciente de la procedencia de la sortija la lució en un besamanos a la que asistió Cayetana, que no tuvo más remedio que besar la sortija. Humillada, la duquesa de Alba preparó su venganza: enterada igualmente de la procedencia de la cajita de oro, se la regaló a los cortesanos de María Luisa, que montó en cólera. Poco después, María Luisa recibió de la reina de Francia una lujosa cadena de oro que lució en una cena de palacio a la que la duquesa estaba invitada; tal cadena despertó una gran admiración en la Corte. Cayetana ordenó que se hicieran un centenar de copias que repartió entre la servidumbre de la reina. Tras semejante intercambio de afrentas, la princesa presionó a su esposo para que enviase a Juan Pignatelli a la Embajada en París.
Cayetana, cansada de las intrigas de la Corte, abandonó Madrid y fijó su residencia entre el palacio de Piedrahita y el gaditano de Sanlúcar de Barrrameda. Fue en esta época cuando apareció la figura de Francisco de Goya en la vida de la duquesa. Aquí la historia se confunde más que nunca con la leyenda. Al parecer, Goya conoció a la duquesa de Alba hacia 1790, cuando de la mano de la duquesa de Osuna, el pintor aragonés ingresó en los círculos aristocráticos de la corte madrileña. Cinco años más tarde Goya realizó un retrato de la duquesa y otro de su esposo.
La historia que identifica a las majas de los dos cuadros de Goya (La maja vestida y La maja desnuda) con la duquesa de Alba se fundamenta en la conocida relación entre el pintor y la duquesa y en el hecho de que, cuando se supone que se pintaron esos cuadros ambos se encontraban juntos en Sanlúcar de Barrameda, adonde habían ido tras la muerte del marido de la duquesa, el 9 de junio de 1796. Se ignora la fecha exacta en la que Goya pintó La maja desnuda, pero se sabe que fue antes de 1800, ya que en esa fecha la obra se encontraba en el gabinete de Godoy. Dada la enemistad entre la duquesa y Godoy, es difícil explicar como el cuadro acabó en su gabinete si la retratada fuera la duquesa, a no ser que se diera crédito a otra leyenda, aun más improbable, que convierte a Cayetana y a Godoy en amantes. Todo parece indicar que fue el propio Godoy quien encargó a Goya La maja desnuda, máxime si se tiene en cuenta la afición del ministro por los cuadros de esa temática.
Con todo, el cuadro sigue teniendo algo de enigmático. No hay duda de que el rostro no se corresponde al de la duquesa, más bien es un rostro idealizado que no corresponde a nadie en concreto, pero el cuerpo sí podría ser el de la duquesa de Alba, segpun se comprobó en 1945, cuando el entonces duque de alba exhumó los restos de su antepasada, para tratar de restar crédito a la leyenda de la maja. La exhumación mostró un hecho también misterioso: al cadávwer le faltaba un pie. Extrañamente, cuando se exhumó el cadáver de Goya, se halló que le faltaba la cabeza.
Son muchos los aspectos de la vida de la duquesa de Alba envueltas en la leyenda y el misterio: ni siquiera son claras las causas de su prematuro fallecimiento: envenenamiento, suicidio o fiebres son algunas diversas hipótesis que se han manejado. Tras su muerte sin descendencia, la Casa de Alba transmitió sus derechos sucesorios a los Fitz-James Stuart, duques de Berwick y siguió acumulando, junto con los títulos nobiliarios uno de los mayores patrimonios de España.
Se cuenta sobre su infancia que la joven tenía por costumbre escaparse del palacio familiar para recorrer las calles de Madrid, bien en compañía de su aya María Troyre, bien en solitario. Esta costumbre causó grandes disgustos a sus familiares (por esa época Cayetana tenía menos de doce años); algunos investigadores han apuntado la posibilidad de que detrás del traslado de la familia al palacio de Buenavista, en aquel tiempo a las afueras de Madrid, se encontrase el deseo de sus padres de evitar esas fugas.
En 1770 falleció su padre, por lo que Cayetana se convirtió en la única heredera de su anciano abuelo Fernando de Silva y Álvarez de Toledo, duodécimo duque de Alba. En 1775, Fernando de Silva concertó el matrimonio de María del Pilar Teresa Cayetana con José María Álvarez de Toledo y Gonzaga y Pérez de Guzmán, 16° duque de Medina Sidonia y primo de Cayetana. Algunos estudios mantienen que esta elección respondió al de Alba. Aunque el matrimonio se celebró, no pudo consumarse hasta un tiempo después, ya que Cayetana, con doce años de edad, no había tenido aun su primera menstrución.
Cayetana no era feliz junto a su esposo y volvió a sus tradicionales escapadas por las calles de Madrid; según se cuenta se disfrazaba de maja y tomaba parte en las fiestas populares. Por esas fechas, la joven esposa comenzó a organizar una serie de grandes festejos en su palacio a los que invitaba al pueblo llano, lo que causó un gran escándalo entre la aristocracia española, poco inclinada a mezclarse con el pueblo.
Tras la muerte de su abuelo en 1776, Cayetana se convirtió, a sus quince años, en la decimotercera duquesa de Alba; era la segunda mujer que heredaba el Ducado por derecho propio. Cayetana heredó, además de su abuelo más de veinte títulos y cinco grandezas de España, con el correspondiente patrimonio, que incluían, a los que añadió los inmensos estados de la Casa de Oropesa, heredera de su abuela paterna. Pronto se convirtió en uno de los personajes más importantes e influyentes de la Corte.
Entretanto, su madre se había vuelto a casar con el conde italiano Joaquín Pignatelli, que tenía hijos de un matrimonio anterior. Uno de ellos, Juan Pignatelli, se convirtió en el gran amor de la joven Duquesa de Alba. Con su relación con Juan Pignatelli (que supuso otro escándalo para la aristocracia española), la duquesa de Alba se ganó la enemistad de la entonces princesa de Asturias, María Luisa de Parma, que también pretendía los favores de Pignatelli. Desde ese momento, la rivalidad entre ambas damas se convirtió en una constante de sus vidas, destinada a perdurar, incluso después de perder el interés por Pignatelli.
De esta manera, Cayetana conspiró contra Manuel Godoy, cuando éste se convirtió en el supuesto nuevo amante de María Luisa de Parma, ya por entonces reina consorte, tras la coronación en 1788 de su marido, Carlos IV de España. Tras la animadversión personal entre la sobernana y la duquesa de Alba se encierra la verdad histórica del reentimiento de la alta nobleza frente al favoritismo del que era objeto Godoy, a quien la nobleza consideraba un advenedizo que debía su posición a la debilidad del monarca, Carlos IV, y a los favores de la reina. Teresa Cayetana mantuvo también una profunda enemistad con la duquesa de Osura, en ese caso más por celos que por razones políticas.
Una conocida anécdota ilustra la profunda animadversión entre María Luisa de Parma y la duquesa de Alba. En cierta ocasión, la princesa María Luisa regaló una fabulosa cajita de oro y diamentes a Juan Pignatelli, quien, a su vez, la regaló a la duquesa de Alba. La duquesa le compensó con el regalo de una valiosa sortija que Pignatelli regaló también a la princesa María Luisa, consciente de la procedencia de la sortija la lució en un besamanos a la que asistió Cayetana, que no tuvo más remedio que besar la sortija. Humillada, la duquesa de Alba preparó su venganza: enterada igualmente de la procedencia de la cajita de oro, se la regaló a los cortesanos de María Luisa, que montó en cólera. Poco después, María Luisa recibió de la reina de Francia una lujosa cadena de oro que lució en una cena de palacio a la que la duquesa estaba invitada; tal cadena despertó una gran admiración en la Corte. Cayetana ordenó que se hicieran un centenar de copias que repartió entre la servidumbre de la reina. Tras semejante intercambio de afrentas, la princesa presionó a su esposo para que enviase a Juan Pignatelli a la Embajada en París.
Cayetana, cansada de las intrigas de la Corte, abandonó Madrid y fijó su residencia entre el palacio de Piedrahita y el gaditano de Sanlúcar de Barrrameda. Fue en esta época cuando apareció la figura de Francisco de Goya en la vida de la duquesa. Aquí la historia se confunde más que nunca con la leyenda. Al parecer, Goya conoció a la duquesa de Alba hacia 1790, cuando de la mano de la duquesa de Osuna, el pintor aragonés ingresó en los círculos aristocráticos de la corte madrileña. Cinco años más tarde Goya realizó un retrato de la duquesa y otro de su esposo.
La historia que identifica a las majas de los dos cuadros de Goya (La maja vestida y La maja desnuda) con la duquesa de Alba se fundamenta en la conocida relación entre el pintor y la duquesa y en el hecho de que, cuando se supone que se pintaron esos cuadros ambos se encontraban juntos en Sanlúcar de Barrameda, adonde habían ido tras la muerte del marido de la duquesa, el 9 de junio de 1796. Se ignora la fecha exacta en la que Goya pintó La maja desnuda, pero se sabe que fue antes de 1800, ya que en esa fecha la obra se encontraba en el gabinete de Godoy. Dada la enemistad entre la duquesa y Godoy, es difícil explicar como el cuadro acabó en su gabinete si la retratada fuera la duquesa, a no ser que se diera crédito a otra leyenda, aun más improbable, que convierte a Cayetana y a Godoy en amantes. Todo parece indicar que fue el propio Godoy quien encargó a Goya La maja desnuda, máxime si se tiene en cuenta la afición del ministro por los cuadros de esa temática.
Con todo, el cuadro sigue teniendo algo de enigmático. No hay duda de que el rostro no se corresponde al de la duquesa, más bien es un rostro idealizado que no corresponde a nadie en concreto, pero el cuerpo sí podría ser el de la duquesa de Alba, segpun se comprobó en 1945, cuando el entonces duque de alba exhumó los restos de su antepasada, para tratar de restar crédito a la leyenda de la maja. La exhumación mostró un hecho también misterioso: al cadávwer le faltaba un pie. Extrañamente, cuando se exhumó el cadáver de Goya, se halló que le faltaba la cabeza.
Son muchos los aspectos de la vida de la duquesa de Alba envueltas en la leyenda y el misterio: ni siquiera son claras las causas de su prematuro fallecimiento: envenenamiento, suicidio o fiebres son algunas diversas hipótesis que se han manejado. Tras su muerte sin descendencia, la Casa de Alba transmitió sus derechos sucesorios a los Fitz-James Stuart, duques de Berwick y siguió acumulando, junto con los títulos nobiliarios uno de los mayores patrimonios de España.
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